19.8.08

Para el recuerdo... los veintiuno...


Recorrí el baúl de los recuerdos el domingo que pasó, o, mejor dicho, “la caja” de los recuerdos… Yo me sentía medio mal de la panza, Ro andaba cocinando y me entró la locura por ver qué cosas había dentro de la caja que estaba hace siete meses debajo de mi humilde silloncito.

Encontré peluches, papelitos de carta, lapiceros y lápices a montones, cartas, monederos (vacíos… dammit!), cartucheras y un sobre con cuatro fotos: una de mi papá cuando era chiquito; otra de uno de los grupos de amigos que tuve hace un tiempo; había una de mi mejor amiga sonriendo a la cámara y con las pantuflas de tigre puestas; la última era una mía en la playa.

Siempre me gustó esta foto y al verla recordé uno de los mejores veranos que tuve. Me la tomó Yas en una noche que pasamos en San Bartolo en casa de Jazmín, una buena amiga de colegio. Tenía 21 años y me sentía tan dueña de la noche como de ese bikini que finalmente logré ponerme dejando de lado la vergüenza… La gordita en bikini había pasado del “qué roche, qué dirán si me ven así” al “a mí qué chucha me importa la gente” en tan solo cuestión de semanas. Para mí, ese resultó un logro inmenso de madurez absoluta veintiún-añera.

Recordé también lo bueno que fue pasar momentos con ellas; los más difíciles y los mejores de mi vida se llenaban aún más de anécdotas con sus ocurrencias y consejos. La bendita foto me hizo extrañarlas por completo: las salidas, los chismes, los cafés y las tardes de verano cuando aún éramos amas y señoras de nuestros tiempos libres de etapa universitaria.

Volteé la foto (por eso de que, tal vez, hay algo escrito o un bichito aplastado…) y me encontré con una dedicatoria. Era de Yas. Me hizo añorar aún más esas épocas que parecían eternas… pero sobre todo me hizo pensar en lo que había puesto con su lapicerito azul y que, efectivamente, tenía razón, porque ahora sé que valgo lo mucho que puede valer el hecho de tener la capacidad de ver la infinidad de la noche.

Se la enseñé a Ro. “Qué tal cara de chibola!”, me dijo… La cagada… Cómo envejecí en tres años... Hoy la traje a la oficina y la pegué en el corcho que tengo al lado de mi escritorio para verla, pero no para querer remontarme a ese tiempo, sino para recordar. Simplemente para recordar los veintiuno.

Gracias por la foto, Yas, y por los buenos recuerdos. Siempre.




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