9.3.12

De vinchas, ganchos y otros demonios


Siempre me gustaron las vinchas, pero de pronto, un día, las dejé de usar. Creo que ya no se veían muy de moda en mi tardía adolescencia y lo último que quería era verme como taradita en esa época en la que alucinas que todo el mundo te mira y se burla de ti. Una vez superado el teen-trauma, pude volver a los accesorios de pelo.

Y digo "pude volver" porque me acuerdo claramente cómo mi madre decoraba mi cabeza con adornos de todo tipo hasta el punto de parecer un empaque de regalo navideño. Ganchitos, ganchotes, vinchas, colletes pomposos, ligas de la Barbie... Todo para que se me vea "más presentable".

Revisando mi pasaportes antiguos, vi la foto y me acordé de ese moño de cintas azules, rojas y blancas. Creo que en ese entonces se usaba mucho la combinación tipo escocesa: rojo-azul-blanco, rojo-verde-azul, guinda-azul-verde y demás colores nada infantiles. Creo que mi progenitora me trajo el bendito accesorio de un viaje que hizo a los yunaites; combinaba a la perfección -además de con mi ropa de niña buena- con mi pulcro y pituco uniforme escolar.

Otro moño interesante que se puso de moda fue el de los cientos de pasadores de mil colores que siempre venían en degradé. Mi modelo tenía tonos neón, recontra noventera yo. Por supuesto, antes de ponerme el gancho, mi madre o mi hermana (a quien le tocara peinarme) tenían su bien aprendido ritual: primero me hacían una cola bien ajustada que me dejaba china, me ordenaban los pelitos sobrantes con un poco de agua (agua que no siempre tenían a la mano, entonces me jalaban de la cola hacia el baño), peinaban bien bien con el antiguo cepillo rojo Goody y coronaban con el gancho del mal (¿¿acaso no se daban cuenta de lo horrible que puede verse la combinación liga-moño??). No salía de casa sin mi cabeza decorada.

Las vinchas eran otra jarana; mi madre las utilizaba para quitarme el pelo de la cara y para que no se me vea "más oscurita", porque ella tenía la teoría de que una niña gordita y de color capulí (¡so sorry, ese es mi color!) se vería más gordita y más capulí si andaba por la vida mal vestida y con el pelo desordenado, así que las tenía de todos los colores, y si podía usar la combinación vincha-cola de caballo-gancho, ¡más feliz se ponía!

Los ganchos y las vinchas me gustaban, pero creo que era la manera en las que me los hacían usar y los rituales antes de salir de la casa los que no me emocionaba. Felizmente, no me ha pasado como con la cera. Esta vez no me traumaron y ahora tengo una bonita colección de cochinadas para el pelo que uso cuando puedo, pero, eso sí, estas no me dejan china.

4 comentarios:

  1. Me encanto el titulo!

    Saludos,
    enmiszapatos.com

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  2. Genial post! me has hecho recordar la rutina del moño antes del cole, y me has hecho reflexionar que ahora la padece mi pobre hijita...

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    1. Sí, Carmen, creo que casi todas hemos padecido el ritual del moño... y muchas lo siguen padeciendo!! Será la ley de la vida?

      Gracias por leerme!

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